jueves, 9 de junio de 2011

Tormenta

- ¿Has navegado alguna vez bajo la lluvia?

Una frase, una mirada desafiante y una sonrisa traviesa. Nunca hicieron falta más elementos para hacer una estupidez.

El subidón de adrenalina fue brutal, nada más cazar la vela notamos el tirón del viento. La tabla volaba sobre las olas, dejando una estela de espuma cada vez que golpeaba contra el agua al saltar una de ellas. El rugido del viento me impedía oir cualquier cosa, y llegó un momento en el que no sabía si las gotas de agua que me empapaban la cara venían de abajo o de arriba.

De repente, el viento nos dio un respiro y el mar se quedó liso como un plato. El único sonido que escuchaba era el de las gotas repiqueteando suavemente contra mi neopreno. Dos gaviotas nos adelantaron a toda velocidad, volando bajo, muy juntas, alejándose del puerto.

Las seguí con la mirada descubriendo una imagen única:

El cielo estaba cubierto de nubarrones grises, a baja altura, pero el sol de la tarde luchaba por salir, y las hacía brillar con tonos fantasmagóricos. El mar era una mezcla de colores... Un abismo de azules oscuros se abría ante nosotros, salpicado con tonos marrones y varias franjas de turquesa un poco más lejos. En algunos lugares los rayos de sol habían encontrado un hueco y la superficie de agua brillaba bajo un incipiente arcoiris.

Y al fondo, siguiendo el rumbo de las gaviotas con la mirada se recortaba la silueta parda de la Isla de Lobos, con la mole de La Caldera llenando el cielo a su izquierda.

Apretamos los dientes y volvimos a tirar de la botavara, surcando de nuevo las olas, intentando sin éxito coger a las gaviotas durante unos minutos.

La lluvia empezó a caer más pesada y comenzamos a ser conscientes de nuestro error. La olas se estaban haciendo más altas y rompían encima de nuestras tablas, que bailaban bajo nuestros pies como débiles cascarones. El viento cambiaba de dirección constantemente y no nos dejaba seguir un rumbo firme. Las gotas de agua, cada vez más gruesas, golpeaban contra la vela y las manos empezaban a resbalarnos, ateridas de frío.

Tras varias caídas intentando remontar una ola, nos dimos cuenta de que no podíamos volver... Agotados, sentados sobre las tablas, volvimos la mirada hacia la playa, inalcanzable, y mis ojos creyeron intuir la figura de Jaime mirando desde el cobertizo con su ridículo gorrito. Casi podía ver su gesto de disgusto y su carraspeo, a punto de sermonearnos otra vez, mientras bajaba el carrito con la zodiac hacia la arena.

Casi simultáneamente, nos colocamos de pie, nos miramos, levantamos mástiles y pusimos rumbo a la Isla de Lobos, mucho más cercana.

Preferíamos esperar al raso a que escampara, que aguantar otra chapa...

Las dos velas se perdieron en el horizonte balanceándose bajo la lluvia, mientras Jaime, a cubierto bajo el tejado del cobertizo, se ajustaba la gorrita y se le escapaba una media sonrisa torcida.

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