jueves, 27 de octubre de 2011

Hace un tiempo...


Me sobra el corazón

Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato.

Hoy reverdece aquella espina seca,
hoy es día de llantos de mi reino,
hoy descarga en mi pecho el desaliento
plomo desalentado.

No puedo con mi estrella.
Y busco la muerte por las manos
mirando con cariño las navajas,
y recuerdo aquel hacha compañera,
y pienso en los más altos campanarios
para un salto mortal serenamente.

Si no fuera ¿por qué?... no sé por qué,
mi corazón escribiría una postrera carta,
una carta que llevo allí metida,
haría un tintero de mi corazón,
una fuente de sílabas, de adioses y regalos,
y ahí te quedas, al mundo le diría.

Yo nací en mala luna.
Tengo la pena de una sola pena
que vale más que toda la alegría.

Cuanto más me contemplo más me aflijo:
cortar este dolor ¿con qué tijeras?

Ayer, mañana, hoy
padeciendo por todo
mi corazón, pecera melancólica,
penal de ruiseñores moribundos.

Me sobra corazón.

Hoy, descorazonarme,
yo el más corazonado de los hombres,
y por el más, también el más amargo.

No sé por qué, no sé por qué ni cómo
me perdono la vida cada día.

Miguel Hernandez

sábado, 22 de octubre de 2011

Tras las oscuras paredes

La mentira es una pared invisible que se interpone entre las personas. Cada mentira que contamos se convierte en un ladrillo que levanta poco a poco un muro que nos aísla de los demás, y cada media verdad es una especie de cemento que da consistencia al conjunto.

Lo peor de todo es que cuando el muro tiene una cierta altura, comenzamos a sentirnos seguros, protegidos, e incluso superiores a los demás, que son incapaces de acceder al interior de nuestro castillo, y empezamos a dedicar más esfuerzo a construir y reforzar ese muro, pues lo consideramos beneficioso, hasta el punto de convertirse en un acto natural que nos pasa desapercibido.

El problema es que pasado ese momento, no estamos construyendo un castillo, si no una cárcel.

viernes, 21 de octubre de 2011

Antes de la tormenta


Abriéronse en canal los cielos,
parieron a raudales truenos,
enarbolando rayos de furia,
arrastraron la cordura al cieno,
chapotean los puños en el barro,
se llenaron de horror los peldaños,
por donde bajan a los infiernos,
impávidos y acongojados los pecados,
ante tanta furia desatada..
Y ni allí encontró sitio la locura,
que perdida y sin rumbo fijo,
obligada a quedarse en esta tierra
vaga por los desiertos
donde el sol la quema el alma,
donde en las noches solo el frío
consigue adormecer su delirio..
Y arrastrada y prisionera de sí misma
espera algún día alcanzar la sima
por donde caer al olvido...
para nacer de nuevo a la vida...

Elizabetta Puig

sábado, 15 de octubre de 2011

Tecnología y derechos

Leo en los diarios de Arcadi Espada una columna sobre la relación entre las nuevas tecnologías y los derechos de autor, en la que se parte de la siguiente cita "En unos tiempos en los que la tecnología comienza a desdibujar los límites de los derechos de autor…".

El columnista de El Mundo no esta de acuerdo con la frase y su artículo es un extenso razonamiento sobre cómo las nuevas tecnologías permiten, precisamente, aumentar la capacidad de los autores y distinguir originales y copias, terminando como resumen con la siguiente frase:

"Nunca fue el autor más nítido que en nuestro tiempo y nunca como hasta hora tuvimos una herramienta semejante para encontrarlo. O sea: la tecnología precisa los límites del derecho de autor."

Creo que aquí encontramos un pequeño error de concepto: Puedo estar más o menos de acuerdo con que la tecnología actual permite dibujar con más nitidez la figura del autor y fomentar su creatividad, pero creo que también pone en duda cuales son sus derechos y cómo hacerlos valer.

No voy a repetir el argumentario completo sobre derechos de autor y control de la distribución de copias, porque no soy un experto, pero plantearé un pequeño resumen:

Un autor, como cualquier otro trabajador, merece ser recompensado por su trabajo, que en su caso es de creación de una obra, entendiendo por derecho de autor el derecho a recibir esa compensación.

Dado que, salvo en circunstancias muy específicas, no suele ser posible que los usuarios de una obra puedan disfrutar del propio acto de creación, y por tanto se pueda obtener de ellos una compensación para el autor en ese preciso momento, habitualmente se establece un control sobre la distribución de copias, convirtiendo el derecho a cobrar por un acto de creación en el derecho a cobrar por la distribución de ese único acto de creación tantas veces como sea distribuido, es decir, el derecho a cobrar por cada una de las copias de ese acto de creación.

Teniendo en cuenta que hasta hace no mucho la facultad de realizar copias con la calidad suficiente como para ser equiparadas con el original era propiedad del propio autor o de su estructura de negocio, hablando en términos muy amplios, no parecía muy descabellado equiparar el derecho a cobrar por un acto de creación con el derecho a cobrar por cada una de las copias que se realicen de él (y que solo el autor o sus distribuidores podían hacer con calidad suficiente).

Sin embargo, hoy en día, las nuevas tecnologías permiten eliminar el monopolio de la realización y distribución de copias, puesto que cualquiera puede hacer una copia del original con la misma calidad. De esta manera, no parece muy apropiado intentar obtener de los usuario una retribución por la obtención de una copia que ellos mismos pueden realizar en su casa, mientras que sigue siendo completamente apropiado obtener del usuario una retribución por el disfrute del acto de creación del autor.

Y, por tanto, ya no parece que sea equiparable el derecho del autor a cobrar por su creación, con el derecho a cobrar por cada una de las copias que se realicen de ese acto.

No se me ocurre ninguna propuesta innovadora para establecer esta retribución al autor independientemente del sistema de control de copias, y no es el fin de esta entrada, pero volviendo al inicio, tengo que concluir que la tecnología actual permite definir con más nitidez la figura del autor, pero también pone en duda la definición que hasta ahora teníamos de sus derechos.


domingo, 2 de octubre de 2011

Relato de terror

Estoy recogiendo la ropa seca de la última lavadora mientras de fondo resuena el ruido de la tele (están poniendo Arma Letal 2, y el melancólico sonido de acorde de guitarra entre tiro y explosión llena la penumbra del estudio).

En un alarde de energía me pongo a doblar camisetas y emparejar calcetines, en vez del procedimiento habitual de separar los montones por tipo de prenda cuando, de repente me doy cuenta de que hay algo que falla...

Voy corriendo al cesto de la ropa sucia y revuelvo el contenido, aguantando la respiración. Con el alma encogida me dirijo a la bolsa de entrenar y manoteo frenéticamente entre las prendas y, por fin, con un suspiro de desesperanza la dejo caer y me dirijo lentamente hacia el sofá...

Mis calcetines están perfectamente emparejados, absolutamente, incluso por colores. Tanto los limpios que acabo de empaquetar en mi inconsciencia como los del cesto de la ropa sucia, las medias de competir, los de la bolsa de entrenar. Hasta los putos calcetines bajeros del Decathlon, que parece que se reproducen ellos solos, y un par de calcetines grises con un par de tomates mirándome desafiantes desde el fondo del cesto, todos con su correspondiente pareja.

Miro por la ventana hacia el atardecer y casi lo puedo sentir....El fin del mundo está cerca...