domingo, 27 de noviembre de 2011

La crisis

Una señora mayor, con el pelo cano y un aire de dignidad y cierta tristeza empapándole los huesos se acerca a la oficina del banco. Tiene la cara surcada de arrugas, un vestido viejo y una chaqueta un poco remendada, pero limpia. Ya no se pone pendientes ni collares, ni se pinta desde que murió su marido, pero se peina cada mañana como si saliera de la peluquería, y todavía lleva un pequeño reloj de pulsera que le regaló su hija, para que se acordara de a que hora tenía que tomarse las pastillas.

Sus manos sujetan el bolso pegadas al pecho mientras camina con pasos pequeños hacia el cajero automático. Sus dedos abren con cuidado el cierre y saca una tarjeta de crédito con movimientos lentos y un poco torpes, nunca se acostumbrará a manejar ese trozo de plástico en vez de su pequeño monedero con las vueltas de la compra y los billetes de mil pesetas cuidadosamente doblados.

La mete en la ranura y comienza a pulsar las teclas con el dedo índice, muy estirado. Casi ni se fija en la pantalla, porque al final se aprendió de memoria las teclas que tenía que pulsar para sacar dinero.

Después de unos infructuosos minutos, levanta la mirada, confusa, hacia uno de los mostradores, y aparece una señorita que trabaja en la sucursal, todo sonrisa, camisa escotada, falda y maquillaje.

Mira a la anciana con condescendencia y se pone teclear en el cajero, con la seguridad despreocupada que da la costumbre. Veinte segundos después, saca la tarjeta y la coloca en las manos temblorosas de la señora:

- No puede sacar dinero porque no tiene nada - Le dice con voz pedagógica - ¿No se ha dado cuenta?

La mujer la mira con cara de no entender nada.

- No tiene nada, así que no puede sacar dinero, ¿me ha entendido? - La señorita sigue sonriendo como si estuviera reprendiendo amablemente a un niño travieso, y la coge suavemente del brazo para apartarla del cajero. - Es mejor que se vaya, porque aquí no puede hacer nada.

Parece que la palabra "nada" se queda flotando en el aire...

La señora parpadea como si despertara de un sueño, vuelve a meter la inútil tarjeta en su bolso, agacha la cabeza y camina con paso cansado hacia una de las butacas de plástico que hay entre dos cartones anunciando productos hipotecarios. 

Se sienta, mirando al suelo y se queda allí unos minutos, con la angustia reflejada en su rostro y el bolso apretado contra el pecho.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Imagina

Imagina un mundo donde al levantarte por la mañana pienses en que puedes realizar tus sueños.

Imagina un mundo donde aprender no represente un coste, ni siquiera una inversión, sencillamente sea una necesidad vital.

Imagina un mundo donde un debate no es algo que se gana o se pierde, si no que es una oportunidad para confrontar ideas, razonar y sacar una conclusión.

Imagina un mundo donde a nadie le importa quién es tu pareja, excepto a tus seres queridos.

Imagina un mundo donde los gritos, las amenazas, las frases rimbombantes pero vacías no son un argumento válido en ninguna discusión.

Imagina un mundo donde el trabajo de un maestro está mejor valorado, literalmente, que el de un famoso. Es más, imagina un mundo donde no existe el concepto de famoso.

Imagina un mundo donde las creencias en seres mitológicos o sobrenaturales, y sus normas morales asociadas, no se impongan a seres indefensos o sencillamente a quienes no quieran aceptarlas como propias.

Imagina un mundo donde no se premia el egoísmo.

Imagina un mundo donde las personas piensan en vez de dejar que piensen por ellos. Incluso imagina un mundo donde enseñemos a los niños a pensar desde pequeños, a ser críticos y a ser curiosos.

Y ahora mira por la ventana, pon la tele, lee la prensa o mira en Internet.

No tiene pinta de que se parezca mucho, ¿no?

Pues piensa en ello y, aunque no represente más que una minúscula gota en un día de lluvia, tenlo en cuenta cuando te levantes mañana de la cama, cuando vayas al trabajo, o a la cola del paro, cuando escribas en Facebook y Twitter, o incluso cuando vayas a votar en la próximas elecciones.