Hay días que las ideas revolotean en tu conciencia, se entrecruzan y se golpean unas con otras, deshaciéndose en una cascada de palabras que cae desordenada hacia tu cerebro.
Desconcertado, intentas ordenarlas, pero huyen, se esconden, juegan contigo: hacen que creas que las has vencido y se dejan escribir, a veces durante varios párrafos seguidos, pero te engañan... Cuando quieres darte cuenta lo que estás escribiendo no tiene ningún sentido, tu mente se ha dejado llevar y ya está pensando en otra idea distinta, con palabras distintas y sentimientos distintos...
No te estás enfrentando al temible desafío del folio en blanco, no... Esos días el cerebro es un erial en el que a veces encuentras un momento de inspiración, como un oasis en medio del desierto... Esto es más bien como si te pillara una tormenta en mitad del campo: las ideas te empapan, las palabras te golpean, pero por mucho que hagas un cuenco con las manos, no puedes retener ninguna.
Esos días, lo mejor es rendirse, apagar el portátil y dedicarse a leer las palabras domesticadas de un buen libro.
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