A veces pienso que siempre he amado a la misma mujer, etérea e irreal, como las ideas platónicas, y que la voy persiguiendo, buscando tras cada uno de los vestidos de mujer real con los que le gusta disfrazarse.
Parece que en el momento en que siento que Ella realmente está agazapada detrás de esa sonrisa, escondida tras esos hermosos ojos, se empieza a nublar mi entendimiento.
Es su perfume, el sonido de su risa, el que me hace evocar esa felicidad infeliz que es quererla, necesitarla y perseguirla interminablemente, como se persigue al arcoiris, sin alcanzarlo nunca, pero teniéndolo siempre al alcance de la punta de los dedos.
Y cuando acaricio tu piel y siento tu respiración agitada bajo mi cuerpo, cuando arañas mi espalda y cuando noto tus besos y el alma se me anega de deseo y de luz y de oscuridad, tras la que te escondes con una sonrisa pícara, en ese ínfimo instante, es su esencia la que me rodea y me cubre con su manto de promesas infinitas, justo antes de desvanecerse.