viernes, 29 de marzo de 2013

Ecos de humanidad

Estoy sentado en el asiento del coche, esperando a que se abra el semáforo.

Es un día lluvioso de Marzo, las gotas repiquetean contra el cristal del coche y Crash Years suena en la radio, en aquella emisora indie que tantas veces habías mencionado:

"Traffic was slow for the crash years
There's no other show like it 'round here"

Y mis dedos tamborilean sobre el volante siguiendo el estribillo de la canción.

El semáforo se abre, meto primera y el coche empieza a moverse sobre el asfalto. De vez en cuando miro de reojo a la bolsa de cuero que llevo en el asiento del copiloto, con la misma desidia que miro periódicamente los espejos retrovisores.

Otro semáforo. Reduzco y piso el pedal de freno, mecánicamente. El coche se detiene.

Giro el cuello y busco por la ventanilla algún otro ser humano, alguna mirada que me devuelva a la realidad, pero no encuentro a nadie, a estas horas las calles están vacías. Vuelvo a mirar la bolsa de cuero y alargo la mano poco a poco sin atreverme a tocarla siquiera.

El semáforo se pone en verde. Dirijo la mano rápidamente a la palanca de cambios, piso embrague, meto primera, suelto el pedal poco a poco mientras el otro pie presiona suavemente el acelerador.

Las ruedas comienzan a rodar con un crujido sobre el suelo mojado y continúo imparable hacia mi destino.

Abro ligeramente la ventanilla y dejo que entre el aire fresco. Realmente no pienso en nada, no puedo. La música hace que mi mente se deje llevar, deslizándose sobre las voces de The Wombats:


"No matter how much it needs me
Go and follow someone else’s lead"

La nostalgia grita, desde el fondo de mi mente, desde un punto inalcanzable para mi y sólo la escucho como un eco muy lejano.

Suena el móvil. Un whatsapp. Ni me molesto en leerlo.

"Ya estoy saliendo, por dónde vas?"

La bolsa de cuero vuelve a atraerme irresistiblemente. Esta vez alargo la mano y siento su tacto. El peso de su contenido es lo único que me ancla a la realidad, mientras las imágenes por fuera de la luna del coche me parecen irreales.

Un par de semáforos más. Desesperadamente, busco alguna mirada en alguno de los conductores de alrededor, pero no encuentro nada.

Una anciana cruza el paso de cebra con paso cansado, apoyándose en un bastón. Mis ojos la siguen, anhelantes, pero cuando vuelve la cabeza hacia mí, solo hay indiferencia. Ni censura, ni desaprobación.

Paro el coche en doble fila y pongo los warnings.

Te veo llegar andando por la acera, con la cabeza agachada intentando evitar que la lluvia se te cuele por le cuello de la camisa.

Te acercas a la puerta del coche.

Aprieto los puños y los junto entre las piernas, dando pequeños golpecitos nerviosos, como si estuviera tocando unos platillos imaginarios.

La abres. 

Giro la cabeza. Alargo la mano hacia la bolsa y saco su contenido.

No dices nada, me miras como siempre, con esos ojos de reproche: Parece que hasta esto lo estoy haciendo mal, que todo ha sido una mentira y que tú tenías razón. No hay respeto, no hay miedo, no hay nada que me haga pensar que soy bueno.

Disparo.

Cojo la palanca de cambios y meto primera con suavidad, pisando embrague a fondo. Suelto poco a poco mientras presiono el acelerador y el coche se pone en movimiento, cerrando con el impulso la puerta del acompañante, salpicada de sangre.

En la radio suena Someday You Will Be Loved de Death Cab For Cutie.

domingo, 10 de marzo de 2013

Elogio de la Sombra


La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.

Borges